miércoles, 31 de octubre de 2007

Acostado sobre frágiles arenales, muchas noches, busqué en las estrellas algún signo que me explique las cosas que me acucian. Observé las restingas de nuestros ríos, donde brillan las escamas de oro y plata del piraju (dorado), hurgué en todas las claves para descifrar los enigmas que me aturden y solamente he visto el planear a los tujuju (cigüeñas) cuyas sombras se alargan, como pesadillas de puñales, dibujando oscuras cruces sobre la desierta playa donde yazgo.
Más allá, en el horizonte, me pareció escuchar, no pocas veces, al ñembo’e-karai (responso), como si fuera un negro círculo de cuervos (yryvu), girando impasibles en busca de su presa. Entonces, imaginaba que el hombre no es más que una presencia fugaz en éste mundo, que desconoce su verdadero origen y no sabe cuál es su fatal destino.


Nuestras creencias están siendo olvidadas; nuestras costumbres ya no se practican. Los bosques ya no son nuestros. Ellos tienen la patria que amábamos; nosotros sólo podemos vagabundear por las selvas, a hurtadillas. En lo que fuera nuestras tierras, todo es ajeno. Nadie nos ve. Nadie nos mira. Nadie nos conoce. Solamente nuestros descendientes mestizos podrían reconquistarlo. Pero, empobrecidos y sin tino, como nosotros, ¿cómo lo harían?.
Va quedando de lado, tirada en el olvido, la sacra Palabra. Algún Kangué-ñe’ê (hueso parlante) parece resurgir, de vez en cuando, con ganas de recubrirse nuevamente de su carne y expresar nuestros signos fundamentales, erguido, la postura más noble del ser humano. Pero, tal vez, sea ya inútil, el ava ya no toma su asiento en los fogones, como lo hacía antes. Vamos perdiendo la solidaridad tribal y el valor de la Palabra, ese sentido que nos da conciencia de grupo. Nuestras raíces van quedando en el aire, juguetes de los vientos. Necesitamos clavarlas de nuevo en el suelo húmedo, hundirlas en el humus y adentrarnos en el seno de la madre tierra, a mamar la leche sustentadora de nuestra estirpe. Así, podríamos crear un espacio nuevo, cálido y propio, sin artificios, sin necesidad de copiar lo ajeno, encendido con nuestros sentimientos. Entonces, caminaríamos maravillados en nuestras asombrosas selvas, felices en la poesía y las profecías. El corazón sólo es con la naturaleza. Sin nuestros corazones no somos nada. Hoy sólo poseemos nuestras pobrezas. Ha pasado el tiempo feliz y limpio de cuando éramos los dueños de lo que pisábamos. Nos acechan oscuras sombras, cargadas de males. Estamos empobrecidos y diezmados; desamparados y con nuestra cultura distorsionada. Somos frágiles canoas abandonadas, sin remos y sin remeros. Desconocemos la orilla a la que arribaremos, sin participar en la conducción.
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GRACIAS AL SR. GIRALA YAMPEY